MARÍA DURÁN RUIZ. PRÁCTICA 11. EDUCACIÓN 2030. #INVTICUA21

 




Desde que tengo uso de razón, he vivido pegada a un móvil o, en su defecto, a una tablet o un portátil. Tengo entendido que hace unos 20 años se solía decir que los niños “nacían con un pan bajo el brazo” y me parece muy curioso. Actualmente, en cambio, se podría decir que los niños nacen con casi una nueva extremidad: un aparato tecnológico. Os hablo de todo esto porque la profesora de lengua -interina desde 2010- nos ha hecho escribir un artículo para reflexionar sobre cómo creemos que era la educación en 2021. Además, tenemos que plantearnos cómo sería nuestra vida si no existiese la tecnología, sobre todo, en nuestra etapa educativa.

    En primer lugar, me cuesta creer que utilizasen libros en papel, que llevasen una gran mochila para transportarlos al colegio o al instituto. ¡Y los exámenes los hacían a mano! La verdad es que, si soy sincera, he de decir que no recuerdo siquiera cómo se cogía un boli y, mucho menos, un lápiz. Por no hablar de las faltas de ortografía, porque, aunque sepamos las reglas, el corrector del móvil, la tablet u ordenador hace el resto. No nos molestamos en comprobar si nos hemos dejado un acento, para eso ya está la versión del Word 2031 que hasta subraya en negrita las palabras clave.

    Ahora bien, fue en 2020 cuando empezó, según cuentan los científicos e historiadores, la peor pandemia mundial de la historia de la humanidad. Dicen que este suceso no solo cambió la política o la economía, sino la forma de ser, vivir y comportarse de la sociedad. La educación fue también uno de los sectores más afectados, pues comenzó lo que hoy en día es lo habitual: la semipresencialidad y la docencia online. Como dice mi abuela, “no puedes echar de menos algo que no has conocido”, pero la verdad es que me pregunto cómo sería ir todos los días a clase, relacionarme con mis compañeros y, sobre todo, con mis profesores. Por cierto, no es por fastidiar, pero hace 10 años dicen que durante los patios comían bocadillos de tortilla de un sitio llamado cantina y jugaban al fútbol o al baloncesto sin parar. Estaba totalmente prohibido llevarse el móvil a clase, así que no les quedaba otra que disfrutar de ese tiempo libre con sus amigos y compañeros.  Ah, se me olvidaba, las graduaciones eran presenciales, con alfombras rojas, escenarios, actuaciones de alumnos y profesores y, sobre todo, con muchos besos, lágrimas y abrazos.

    En segundo lugar, he de decir que, según mi experiencia, muchos docentes han perdido la ilusión por enseñar, por disfrutar en el proceso enseñanza-aprendizaje. Así como también, por intentar aportar desde la educación su granito de arena a un mundo más frío e impersonal en el que las máquinas y los robots tienen cada vez más protagonismo. No sé qué opinarán mis compañeros, pero a mí me gustaría viajar un día al pasado y disfrutar de la docencia en la vida “real”, sin pantallas, tuits o presentaciones online.

    Y ahora yo me pregunto: ¿hemos sabido gestionar correctamente la rápida evolución de las tecnologías? Está claro que no sabríamos vivir sin ellas, que forman parte de la historia y que han mejorado nuestras vidas en muchos aspectos. No obstante, como todo, también tienen cosas negativas como: la disminución de las relaciones interpersonales, la presencialidad, la naturalidad...

    En definitiva, la educación ha evolucionado tanto que, para bien o para mal, ni los docentes que empezaron hace 20 años y continúan enseñando encuentran casi similitudes. A nosotros no nos sorprende mucho porque es lo que hemos conocido desde el principio. Sin embargo, mis padres me hablaron de una serie que vieron hace ya unos años (Black Mirror) y que les impactó muchísimo saber cómo sería el futuro próximo. Decidí verla por curiosidad y, ¿cuál fue mi sorpresa? Solo diré una cosa: ¡Qué razón tenían cuando decían que la realidad siempre supera a la ficción!


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