IRENE SOLER PORTA. PRÁCTICA 2. LA MIRADA DEL OTRO (CONFINADO) #INVTICUA21 LLAVE DEL LABERINTO

 

¿Qué hacía un niño como yo tanto tiempo encerrado en casa? Cuando las paredes parecía que día a día se estrechaban más y más, cuando parecía que el oxígeno se acababa y cuando las horas del reloj no avanzaban -igual que los días- se me ocurrió que quizá la lectura era mi última salvación.

Llegó un punto en el que las redes sociales se convirtieron en un laberinto sin salida, y aunque estaban bien para matar el tiempo, no compensaban los dolores de cabeza y la pérdida de visión que me estaban generando. De hecho, una de mis primeras visitas cuando se implantó la nueva normalidad fue al oftalmólogo.

Así que un buen día, casi como persona adulta, decidí implantarme una nueva rutina. Me iba a despertar sin prisa, un buen desayuno e importante, cambiarse de ropa, no valía estar en pijama todo el día. Después con calma vería que había de nuevo por las estanterías de mi casa y guiado por intuición y sensaciones gráficas elegiría un libro. Más tarde, sobre las cuatro, retomaría la lectura, entraba un sol muy apetecible por la ventana de mi cuarto. Dos horas después un parón para una merienda que me diera fuerzas para hacer algo de deporte y quemar algo de energía y salir a aplaudir a las 20:00h. Luego, ducha, cena y al día siguiente más y mejor.

Así como de la nada y bajo la improvisación y la obligación, me volví a adentrar en la lectura. Mi nuevo primer libro fue: Diez Negritos, había escuchado que era todo un bestseller y que prácticamente no podías morir sin leerlo, por lo que no tenía más remedio. Bueno, pues algo de bueno debió tener que me decidí ir a por otro.

El segundo de este confinamiento tenía todas las papeletas para ser Colmillo Blanco. Había visto la película y la recordaba con buen agrado. Si el anterior fue un visto y no visto, este libro se me esfumó de las manos.

Mientras me llegaba un paquete que había hecho con tres cómics de World of Warcraft, uno de mis videojuegos favoritos, junto a mi hermana empecé a leer el Lazarillo de Tormes. No estaba mal para ser uno de esos clásicos. Mi hermana, al ver que me había gustado tanto, me recomendó Rinconete y Cortadillo y fue una de las lecturas estrellas de ese verano. Además, he de decir que de tanto escuchar a mi hermana leyendo acabaron por gustarme los audiolibros y hoy sigo leyendo acompañado por una voz.

Entre lecturas, también volví a la saga de películas de Harry Potter. En mi defensa diré que intenté verlas en versión original, pero acababa rendido y muchas veces dormido por el esfuerzo que me suponía estar con los cinco sentidos puestos enfrente del televisor. Así que reconoceré que pronto me pasé a la versión traducida. Vinculado a este mundo mi profesora me recomendó La casa de los espíritus de Laura Gallego, pero no me llegó a enganchar del todo, tendré que darle una nueva oportunidad.

En cualquier caso, como anticipaba, la lectura se convirtió durante el año pandémico en mi escapatoria. Con la lectura pude empezar a vivir otros mundos dentro de mi propio cuarto. Hoy en día, aunque juego en el ordenador con amigos y le dedico tiempo a las redes sociales, también me guardo un ratito al final del día para ver que ocurre más allá de cualquier portada. Y es que es cierto, no sé quién lo dijo, pero “no se puede juzgar un libro por su portada”.

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